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Don Miguelito Martínez, medico integro y demócrata anti-trujillista

Opinionsur.net,
Por Nelson Medina Nina
El miércoles 3 de Junio, la vida nos dio uno de esos golpes que nos sacan el aire de los pulmones, hasta dejarnos aturdidos.
Ese duro golpe fue la inesperada noticia de la muerte del Dr. Miguel Martínez, con quien estuve compartiendo junto a su hijo Muño, unas cuarenta y ocho horas antes, precisamente conversando sobre el futuro del Liceo Musical Pablo Claudio.
El Dr. Martínez, un ferviente hijo adoptivo de San Cristóbal, se integró de pleno en esta comunidad, como el que más. Vino desde Santiago, su ciudad origen, para estudiar medicina en Santo Domingo.
Aquí ejerció esa profesión toda su vida, hasta su jubilación. Se desempeñó como Director del Hospital Juan Pablo Pina, en momentos en los que el presupuesto apenas alcanzaba para lo básico. En esas funciones actuó como un gerente, y su gestión es recordada con beneplácito, no solo por todos los médicos de su generación, sino también, por la comunidad sancristobalense.
El Dr. Martínez no solo ejerció la medicina en San Cristóbal. Aquí continuó su espíritu democrático, el que había traído consigo desde Santiago.
Doña Gracita Barinas, la que al momento de escribir estas líneas se encuentra residiendo en su casa de la avenida Constitución, con 104 años de edad, me narró la siguiente historia: Eran los finales del 1960. El país latía al fragor de los acontecimientos generados tras el asesinato de las hermanas Mirabal.
Una mañana, dona Gracita recibe un raudo emisario en su casa, quien le entrega una nota enviada con suma urgencia por la Dra. Fefita Pimentel, entonces Gobernadora Provincial de San Cristóbal. La nota, escrita en puño y letra por la misma doña Fefita, decía: “necesito verte en mi despacho ahora mismo”.
Dona Gracita, presurosa, se dirigió hacia la Gobernación Provincial. A su llegada se anunció, y le hicieron pasar inmediatamente al despacho. Allí, a solas con la Gobernadora, ésta le hace leer un informe confidencial del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el cual daba cuenta de unaacción que se realizaría en contra del dictador Trujillo, organizada por jóvenes sancristobalenses, la mayoría de los cuales pertenecían al staff del Hospital Juan Pablo Pina. En dicho informe aparecían los nombresde los jóvenes, cuyo principal cabecilla, según el documento de referencia, era nada más y nada menos que el Dr. MiguelMartínez.
Doña Gracita, a medida que va leyendo el informe, va poniendo rostro de asombro y preocupación. Cuando finaliza la lectura mira enmudecida y pálida a doña Fefita, quien le dice, mirándole fijamente a los ojos, que ella necesita que se comunique con esos jóvenes ahora mismo, para desarticular al grupo; puesto que al día siguiente el SIM llegaría a San Cristóbal para apresarlos. Todos eran miembros de distinguidas familias sancristobalenses.
Así lo hizo doña Gracita. Era cerca del medio día y se dirigió presurosa al Hospital Pina. Ya allí, subió por el ascensor al tercer piso, espacio donde se ubicaba el salón de reunión de los médicos y que también se usaba como salón de actos. A esa hora estaban todos reunidos, compartiendo un momento de descanso.
Se acercó al Dr. Miguel Martínez, le susurró al oído que deseaba conversar con él fuera del salón, para evitar ser escuchados por alguien, bajaron al primer piso, a uno de los patios laterales del Hospital, que en ese entonces eran espaciosos y con varios cocoteros que generaban sombra.
Doña Gracita, ya a solas con el Dr. Martínez, le alertó sobre el informe del SIM y le solicitó desistir de realizar lo que organizaban contra la dictadura; además de que con esa acción ponían en situación difícil a la Gobernadora Provincial, quien era intima amiga de las familias de todos los participantes en la trama. Ahí terminó la conjura.
A inicios de este año, durante un evento social organizado por los periodistas William Alcántara y Leomaris Franco, en un restaurant local, le comenté ese relato al Dr. Martínez, en presencia de su hijo Muño. El asintió con la cabeza y sonrió de forma sugestiva, como queriendo decir “si ustedes supieran”. Todos sonreímos a carcajada y seguimos disfrutando del momento.
Lo que quiero decir con esta historia, es que el Dr. Miguel Martínez no solo fue un consagrado y excelente médico cardiólogo, por cuyas manos pasaron centenares de pacientes bendecidos con su atención, y otros centenares de estudiantes de medicina que bebieron de su sapiencia, dictada por la experiencia de un dilatado ejercicio profesional; sino que, también, fue un demócrata convencido, cuyas ideas las llevó hasta el día de su muerte.
Descanse en paz, querido Dr. Miguel Martínez.





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